Thursday, May 6, 2010

¡Si no te paso, soy un gafo!

Pensando, como casi todos los días, en el comportamiento general del conductor venezolano, decidí hacer una pequeña clasificación de las distintas especies a manera de desahogo y en honor a las interminables horas de vida que cada uno de nosotros desperdicia diariamente en el tráfico de Caracas.

Está primero, una muy importante, una admirable especie en extinción. El que sale de su casa o su trabajo con la certeza de que encontrará tráfico pesado, sin importar la vía y la hora y sin embargo tiene la intención de no dejarse afectar por ese infierno automotor. Generalmente es calmado, poco egoísta y bastante inteligente. Para entrar en esta categoría se requiere de mucha fuerza de voluntad.

El que a pesar de sus buenas intenciones sucumbe a la ira y hace uso de la corneta con pasión y descontrol. Golpea el volante, al parecer, inmerso en una macabra fantasía en donde la corneta hace las veces de rostro o vehículo del conductor retador o conductor calmado (descrito anteriormente).

El que, a causa de la inseguridad asesina y atroz que se vive en la ciudad, ya no lleva medio cuerpo fuera de la ventana con el brazo colgando; pero que está siempre presto para exigir paso, sin ayuda de la luz de cruce, y cuyo principal objetivo es cambiarse de canal cuantas veces sea posible en el trayecto a su destino, como si tratara de romper un record Guiness.

En esta categoría se encuentran no sólo particulares. A estos los acompañan en su misión de vida los conductores de “camioneticas por puesto”. Esta especie además se caracteriza por su manera de aprovecharse del tamaño de la unidad que conducen para intimidar a los demás.
Una de sus funciones es decretar como parada todas y cada una de las esquinas por las que pasan o en su defecto cualquier punto intermedio entre éstas, o varios.
Todo esto con el apoyo incondicional de sus pasajeros quienes los aúpan con frases como: “por donde pueda” o simplemente deciden tomar la calle intempestivamente, sin importar si se encuentran en medio de una avenida. Pero el tema de los peatones y pasajeros de transporte público es otro.

También tenemos el clásico. El que generalmente no está ni de segundo ni de tercero en la cola, pero que al microsegundo de haber cambiado la luz del semáforo a verde , en su versión suave, hace cambio de luces descontroladamente y en su versión más molesta, toca la corneta, pienso yo, a manera de compensar su orgullo herido por no estar de primero.
En estos tiempos de semáforos inteligentes, dicho toque de corneta se produce en el exacto momento en que el rojo llega a 00, justo antes de que el verde comience su cuenta regresiva. Ya no hace falta mirar el semáforo contrario para esperar a que cambie a amarillo.

Entre estos amantes del ruido también se encuentra el que te presiona para que te pases la luz roja, porque ¿cómo es eso que no vienen carros cerca y tú te detienes y te quedas ahí, sin aprovechar esa valiosa oportunidad?

Otra importante especie, y en lo particular es la que más me inspira deseos de que el mundo se acabe de una buena vez, además del título de este escrito, es el grandísimo “coleón”.
Algunos (muy pocos) entran en esta categoría por error o por ser víctimas del egoísmo absoluto de los practicantes de: “primero muerto que dar paso”. La gran mayoría, y se les reconoce fácilmente por su actitud grosera y agresiva, simplemente parten de la aplicación de un único pensamiento, aunque se intenten engañar a sí mismos pensando que lograrán un objetivo.
Dicho pensamiento es: ¡Si no te paso, soy un gafo!. Sí, así de vacío e incivilizado.
Se rigen bajo una filosofía similar a la de: vive un día a la vez. Para ellos es: pasa un carro a la vez. Sienten gran gusto y regocijo cuando logran burlar a todos los que hacen su fila india, paciente o impacientemente, adelantándose bruscamente, en su intento por dejar claro que no son tan tontos como para respetar leyes o permitirse tener un mínimo de sentido común.

De ellos derivan otros que son más tímidos; pero igual de despreciables. Los que se desinhiben ante la presencia de un “coleón” y copian la conducta de estos seres al volante. A estos los respeto todavía menos.

Después de tanto preguntarme, analizar, rabiar, sentirme frustrada por no poder hacerles entender que si no actuaran de esa manera, el tráfico quizá fluiría mejor y todos llegaríamos más rápido y más relajados a nuestros destinos, además de evitar accidentes innecesarios, llegué a una conclusión no menos frustrante y decepcionante: Ellos no quieren llegar más rápido, sólo quieren llegar primero que tú.

Podríamos crear otra categoría llamada Conductores Inconscientes Varios para no dejar por fuera a aquellos que no pasaron la prueba para entrar en las antes descritas; pero que también ¡tienen lo suyo!
Por ejemplo, los que manejan hablando por teléfono, leyendo, maquillándose o simplemente conversando amenamente con su copiloto y van por la vía como hojas al viento, sin rumbo, sin destino y sin precaución. O los que para evitar algún obstáculo no utilizan el freno. Sólo lo esquivan, con la certeza de que los demás estaremos atentos y siempre listos para ayudarles en su maniobra.

¡Qué miedo, son tantos! Y eso que tampoco hemos hablado de peatones y motorizados.

®

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